Peter Turner era un joven de 26 años cuando se topó de casualidad con una inusual vecina en la pensión de Londres en la que residía: Gloria Grahame, una diva del cine de Hollywood de los años 40 y 50 que ya no gozaba del estatus de antaño y se había trasladado a Inglaterra para continuar su carrera sobre las tablas. Corría el año 1978 y él intentaba buscar trabajo como actor. La energía de esa mujer de 55 años gesticulando frente al espejo para preparar un nuevo papel simplemente le fascinó.
Fuente: La Vanguardia
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